¡Hola, Eva!
Me gusta mucho que hayas abierto este tema, puesto que hay veces en las que los trasplantes son el único medio para salvar la vida de una persona con un órgano que ha sufrido un daño irreversible, por lo que opino que todos deberíamos estar mínimamente informados. No obstante, es un tema que también plantea inquietudes éticas, siendo el anonimato del donante, como bien ya has mencionado, uno de los principales puntos de discusión.
A mi parecer, que el nombre del donante permanezca en el anonimato es un requisito indispensable para que el proceso se lleve a cabo con éxito. Pienso que conocer quién es el donante podría provocarle a las personas trasplantadas una intranquilidad psicológica añadida, que solamente dificultaría la recuperación de aquella persona que ha recibido el órgano. Y es que las personas que deben someterse a un trasplante se encuentran inmersas en situaciones muy dificultosas, y hay veces en las que requieren de apoyo psicológico para poder aceptar la situación, por lo que no creo que fuera sano para ellos saber además quién ha sido el donante. Este es el caso de un hombre de Valencia de 42 años, que, hace tiempo, recibió un trasplante de rostro, por lo que recibió ayuda psicológica para asumir la situación, además de los posibles rechazos que pudiera experimentar hacia su nuevo aspecto. Si su situación ya era complicada de por sí, no me imagino cómo podría haber sido si el hombre hubiera sabido a quién perteneció el rostro que le fue trasplantado.
Conocer el nombre del donante también supondría una situación desagradable para las personas de su entorno, porque un familiar del donante podría enterarse de que una persona se encuentra en posesión de un órgano que fue suyo, desencadenando situaciones muy delicadas. Por ejemplo, hace años, hubo un caso en Salamanca en el que una mujer viuda trató de establecer una relación sentimental con un hombre soltero al que le habían trasplantado el corazón de su difunto marido, ya que pensaba que todavía podía quedar algún atisbo de su esposo en el hombre. Es por estas razones que yo concibo el anonimato del donante como una condición fundamental. Teniendo esto en cuenta, tengo la completa certeza de que, en caso de encontrarme en la tesitura de tener que recibir un trasplante, no querría saber de ningún modo la identidad del donante.
Respecto a si debería haber una recompensa económica o no, yo me posiciono del lado de la donación altruista. Si aquel que donara un órgano recibiera una compensación económica, las personas que se encontraran en una mala situación económica desesperada podrían recurrir a donar sus órganos o tejidos en vida para salir de ella, algo en lo que creo firmemente que no podemos caer. La donación acabaría siendo un servicio a prestar y no un acto de bondad y empatía. Es por ello que opino que las recompensas económicas están fuera de lugar en la donación de órganos o tejidos, ya sea al propio donante o a su familia.
Tengo ganas de ver cómo se sigue desarrollando esta conversación.
Un saludo,
Uxue Arrilucea, Colegio Urkide Ikastetxea